LÁGRIMAS TRAS LOS CRISTALES
Anochecer, 4 de marzo de 2016
Querida España:
Hoy quiero pedirte perdón en nombre de todos nosotros,
tus hijos.
Esta noche preñada
de un silencio extraño, contemplo tus lágrimas caer a través de los cristales y
tomo conciencia de tu dolor.
Me estremece
imaginar cómo te sientes: saqueada y avergonzada por algunos; codiciada como un
objeto de deseo por otros; rota en mil pedazos por quienes con sus manos
pintadas de diferentes colores, solamente aspiran a poseerte desde sus propias
ideologías e intereses, que te han convertido en fríos números y porcentajes;
dividida, angustiada por esa parte tan importante de tu corazón que amenaza con
dejar de latir en tu propio cuerpo.
Quiero que sepas
que a pesar de todo, estos hijos que ahora permanecen mudos de asombro ante el
lamentable espectáculo que cada día les golpea, te siguen amando. Ellos abrirán
sus ventanas y convocarán a los artistas que proclamaron tu belleza, a los
valientes que dieron su vida por tu libertad, a los que te sentaron en un lugar
de honor entre los sabios, a las personas que cada día tejen una bandera de
esfuerzo, convivencia y generosidad, a los que saben que la diversidad
enriquece el espíritu.
No llores más, madre, porque sigues siendo fecunda y
hermosa. Por tus venas corre la sangre de caballeros andantes y quijotes. La
misma sangre que nos une a ti y nos convierte en una gran familia, con sus
defectos y virtudes, sus fracasos y sus grandes logros, sus penas y alegrías,
sus diferencias y acuerdos, pero que camina fuerte, unida y valiente hacia un
nuevo futuro.
Se está gestando una era en la que tienen cabida las
aspiraciones, los sueños y las particularidades de cada uno de sus miembros.
Recibe esta carta como embajadora de nuestra fidelidad.
Firmada: Una pequeña parte de ti
M.ª Begoña Larrosa
Gregorio
Diplomada en
Relaciones Laborales
Asesora de empresas
ZARAGOZA
(X Antología)
ESPAÑA
ResponderEliminarSoy el hijo rebelde de tus dolores, España.
Si me has dado un instinto nuevo
para las últimas angustias,
dame pues, también, la estoica paciencia
de soportar la hemorragia de tu historia
sin que me arrastre el Ebro
con su indiosincrasia indiferente.
Llevo vorágines encadenadas a la sangre
por antiguas herencias,
y no sabía que me esperaba la cuenta
de una deuda sin factura
y el dolor de pagarla cada día.
Vine a recoger el uniforme de alguien
que perdió la bandera,
y con más años que yo,
quedó tirado al desbordarse el cáliz.
Buena eres, España, para mis huesos profanos
que se irán pensando en ti.
Para mis libros y versos
que rodaron desde las cumbres eternas
buscando una lápida junto al mar azul.
Ahora toca llorar por tus trincheras, siempre abiertas,
en las que Dios no se mete con los hombres.
¡Qué terrible es amarte, España!
CARLOS OYAGUE PÁSARA