LA PALABRA REDENTORA
Querida Josefina:
Estoy tan depauperado que el sol de la esperanza apenas
me calienta ya. Siento que el final se acerca. Esta vez va en serio. Anoche
tuve una arcada, y la mancha roja dibujó en la sábana el mapa trágico de
España, la España que, entre todos, hemos ensangrentado.
Ya sabes que no me gusta contarte estas cosas, sabiendo
cómo sufres por mí. Apenas tengo fuerzas para sujetar el lápiz con que te
escribo, pero ¿qué otra cosa puedo hacer si no es escribir hasta el último
aliento? La escritura me salva de los piojos y las chinches, de saberte
comiendo cebollas por más alimento. Hasta celos tengo de Manolillo, sabiéndolo
prendido de tus senos, sorbiendo el néctar pobre de su infortunio.
La celda está húmeda, y el frío me alcanza hasta los
tuétanos como un carnívoro cuchillo. Siento que pronto habré de reunirme con mi
amigo Ramón Sijé. Ahora sí podré besarle la noble calavera, mas no podré
regresarlo, ay, adonde lo requería, a las aladas almas de las rosas del
almendro de nata, a la higuera ancha de nuestro huerto.
Pero tú no estés triste, Josefina. La vida que he vivido
volvería a vivirla. Me has dado los momentos más intensos de mi corta
existencia, y sé que he contraído, por ello, una deuda impagable que ya no te
podré saldar.
Y qué decir de Manolillo, de nuestro hijo querido. ¿De
qué le valdrán los versos que le lego, la nana triste que no alcanzará a
alimentarlo, a llenar de nutrientes su escaso cuerpo?
En esta vida azarosa que me ha tocado vivir, pensando que
«facía España» desde la trinchera de mi poesía, tú siempre has sido el centro,
y para ti será mi último pensamiento cuando quiera que la noche llame a mi
puerta.
Con
todo mi amor,
Miguel
Juan de Molina
(XI Antología)
No hay comentarios:
Publicar un comentario