lunes, 5 de febrero de 2018

ANTOLOGÍA 2017: CRÓNICAS DOMINICANAS




CRÓNICAS DOMINICANAS

Me gustaba que la brisa salada del malecón se mezclara con el zarpazo gélido del aire acondicionado del taxi. Circulaba por Ciudad Colonial con la voz grave y lejana de Carlos Cano cantando a Cádiz y al Caribe; habaneras de salitre, distancias, océanos y mujeres. Un atardecer de fuego daba un tono violáceo a las olas tranquilas que morían en tierra con cadencia de metrónomo. Matías se giró con una sonrisa de dientes radiantes y habló:

—¿Tiene más libros para mí, Vicente?

En el salpicadero descansaban los viajes de Colón, un volumen que había devorado en los resquicios de jornadas agotadoras y las exigencias de ocho hijos criados en una periferia de ciudad violenta.

—Fuimos los primeros, Vicente. Aquí, en Santo Domingo empezó todo —informó orgulloso.
Quién lo iba a decir. Dos meses recogiéndome a la salida del trabajo en aquella televisión entre la avenida Kennedy y Los Prados. Cada semana un nuevo libro sobre el salpicadero: La familia de Pascual Duarte, El Jarama, Si te dicen que caí… Obras que restaban horas a las cervezas del colmado y los partidos de béisbol con los amigos. Páginas que a Matías le sobrecogían, le inquietaban, le sorprendían.

—A mi hijo mayor le encanta Eduardo Mendoza —añadió—. Qué bueno ese Gurb, ya tú sabes, Vicente.

—Muy divertido, sí. Te traeré otros, Matías.

Volvió la sonrisa limpia. El coche siguió circulando bajo el arco de los jacarandas y la orgía de colores de los flamboyanes. Carlos Cano seguía cantando, algo de un puente invisible que unía dos tierras con un mismo lenguaje. Matías detuvo el coche en el semáforo y se giró de nuevo:

—Lo que compartimos vale más que el dinero, Vicente —dijo.

Y muy digno, como un hidalgo resistente, volvió a arrancar hacia el crepúsculo.

Vicente Ortí
Periodista y director de programas de televisión
(XI Antología)

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