EL VALOR DE LA TIERRA
Carlos V, quien había reinado en
un gran imperio del Viejo y Nuevo Mundo, llegó al monasterio de Yuste, después
de abdicar de su cargo y dejar a un lado los compromisos y galas imperiales.
Era una fría mañana del 3 de febrero de 1557. Al lado del convento, que había
sido edificado en sus comienzos como albergue de ermitaños, y que ahora
pertenecía a la comunidad de los monjes de la Orden de San Jerónimo, se levantó
su residencia: apenas un pasillo central con dos estancias, una a cada lado. En
una de ellas, su alcoba, guardaba el retrato de su esposa, pintado por Tiziano,
la emperatriz Isabel de Portugal, fallecida años atrás.
Su estadía en Yuste equivalía a
un retiro del mundo y sus vanidades. Con ayuda de los frailes jerónimos, iba de
vez en cuando a la huerta del convento, donde podía apreciar el cuidadoso
trabajo del cura jardinero. Era un hombre sencillo, que amaba su tarea, a la
que dedicaba todo su tiempo. Pero en ese espacio reducido, cada metro y cada
centímetro tenían para él la importancia de los territorios de un monarca en su
reino. Allí podía observar la maravilla de la vida en movimiento, mientras
sembraba una semilla y esperaba con paciencia a que asomara una nueva planta:
así había visto nacer, crecer y dar frutos a los distintos arbustos, verduras y
demás especies vegetales a las que trataba como si fueran sus hijos. El
emperador, ya sin los compromisos de Estado, los viajes y guerras que había
tenido que asumir y contemplar, tenía frente a sí la imagen de aquel jardinero,
y sentía algo parecido a una envidia, pues mientras él había recorrido miles de
kilómetros batallando y dejando los campos regados de muertos, aquel hombre,
diligente y cordial, daba un gran valor a unos pocos palmos de tierra para
traer vida y alimento a su comunidad.
Carlos José Reyes Posada
COLOMBIA, 1941
Historiador, dramaturgo, guionista de cine y televisión
(XII Antología)
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