EL
SUEÑO DE FRAY TOMÁS
Bajo
el cielo eternamente gris de la Ciudad de los Reyes, capital del virreinato,
todo se diría igual en los asuntos de los hombres. Falsa idea, ya que la historia
es invisible a sus hijos.
Fray
Tomás de San Martín ha pasado la noche en vela meditativa, en plegaria por el
bien de la empresa toda. Sobre la camisa se viste el hábito dominico. Una universidad
parecida a la de Salamanca en aquellas tierras vírgenes y ubérrimas. Un sueño
que se cumple: hacer de las Américas otra Europa culta.
El
pacificador Lagasca le ayuda en aquel proyecto que, a algunos, loco parece.
Aunque desde 1548 se imparten clases en una habitación tapizada de volúmenes
(pluma de ganso, tintero de asta), hasta ayer no llegó la cédula fundacional,
fechada en el 12 de mayo de 1551.
Se
dirige fray Tomás, por el corredor del estudio general de los dominicos, hacia
el aula magna. Suena un órgano hidráulico con música extraída del Cancionero
de palacio.
Allí
se encuentran los priores, a su vez rectores de la institución. Además de fray
Antonio de Hervias, fray Juan de Lorenzana y fray Bartolomé de Ledesma. En el
vórtice, el documento expedido por el rey Carlos I. Pedro Cieza de León atiende
a su tablilla encerada, como testigo de ley, para escribir su crónica.
También
hay fantasmas vagando por la inmensidad del edificio. Aún no los ven, pero ya
están. El Inca Garcilaso es todavía un mozo, que se ha mudado a Charcas. Pero
de aquellas simientes nacerán Arguedas, Santos Chocano, Bryce Echenique, Vargas
Llosa y un melancólico poeta, a quien adoro, y que escribió: «Me moriré en
París con aguacero, / un día del cual tengo ya el recuerdo». Hijo de estas
clases, piedra y oro, y genio desafortunado. César Vallejo dicen que era su
nombre: vive en la eternidad de nuestra memoria.
Gloria Fernández Sánchez
Nacida en Madrid en 1960
Licenciada en Derecho e Historia Antigua y Arqueología
(XV Antología)
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