DE AQUESTAS UNIVERSIDADES DE INDIAS
Tejida
con retazos sin contexto, una narrativa oscura nos señala, a ambos lados de la mar océana, como actores perversos de una
triste barbarie, extendida por el continente desde el momento mismo en que el almirante
pisó las playas de Guanahaní, que en lengua de indios significa «iguana», sin
advertir que las carabelas llegaban con su historia a cuestas, y sin considerar
que desde aquel día empezaba una epopeya sin igual sobre el planeta Tierra,
encendida en heroísmos: Hispanoamérica.
A
la entrada de la universidad, en este cruce de caminos que un día pisaron las
avanzadas de Belalcázar, se levanta la figura mural de la cacica Gaitana. Una
leyenda, que disminuye su valía, la reivindica tan solo como símbolo vengativo
de la resistencia indígena en el alto Magdalena, cuando en el año 1539 el
capitán Pedro de Añasco, escribió el coronista
Castellanos, quemó vivo a su hijo por negarse a pagar los impuestos y rendirle
vasallaje.
En
mi camino hacia la cátedra atisbo burdas consignas antimperialistas y
antigubernamentales por corredores y aulas,
mientras en la avenida, ya bloqueada al tránsito, se preparan en tensión, con
meticulosidad, los enfrentamientos: «Bloqueamos los salones, profe», me dice un
estudiante.
Y si nos preguntamos qué sobrevive de aquellas veintitrés universidades de Indias, herederas de Bolonia, París y Salamanca, la respuesta es inabarcable, aunque podría sintetizarse en una que lo involucra todo: el afán por el conocimiento como fuerza vivificante, que ninguna violencia, coyuntura, corrupción, penuria económica o interés oportunista empalidece; paideia que transforma el saber del mundo en elemento de nuestra personalidad.
Norberto I. P.
(XV Antología)
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