«… Tras
la disgregación de los imperios —también el español, que parecía destinado a
perdurar mil lustros— compruebo cómo la lengua, aquel castellano que cultivamos
en Salamanca y que exportamos a lo que hoy se sigue aludiendo como América —aunque
con prefijos identitarios para diferenciarla— sigue cohesionando amores, leyes,
rezos, negocios y saberes; que aquel castellano vehicular que sirvió para
fundar sucursales del conocimiento más allá de las columnas de Hércules no solo
mantiene su vigor, sino que se ha enriquecido con el alimento propio de las
hablas territoriales…» (pág. 48, Juanma Velasco Centelles, «Desde el cielo,
confuso y desolado»).
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