LA NATURALEZA DE LAS COSAS
Me
pregunto quién o qué dirige estas bandadas de estorninos surcando los cielos.
¿Qué hace que todos giren a un lado u otro sin ni siquiera rozarse entre ellos?
Es
un descontrol ordenado que no requiere instrucciones ni planos. Quizá un
instinto. Un pensamiento. Pero precisamente ellos, libres, derrochadores y
despreocupados unos de otros. ¿Cómo consiguen unirse en la misma dirección?
Me pregunto si los hervideros de almas que pululan por las Españas serían capaces de dirigirse todos en pos de un mismo futuro, un camino tan posible como desconcertado por el azote del abundamiento actual.
—Hermano, por mucha inspiración que le den a
usted esos pájaros, y sus sinuosos o magistrales movimientos, no encontrará
relación alguna entre el humano gorrón y los gorriones, salvo la misma forma de
no ver su futuro más allá de lo que alcanza su pico o, en el hombre, su mano. Y
si alguna vez se organizan para no molestarse durante el vuelo, no lo hacen
tanto, mientras pican su comida o se empujan por un trozo de rama donde
acoplarse.
—Cierto, fray Martín, las aves, aun siendo las criaturas más cercanas al hogar del Señor, no razonan y, sin embargo, respetan su espacio y la vida de sus iguales, y ahí es donde el humano falla, pues claro está que a nuestros semejantes de las Indias, cristianos o no, pecadores o no, les negamos su naturaleza, su propiedad y hasta su libertad. Y toda criatura tiene un derecho natural que le otorga solo nacer. Puede decidir donde vivir, y comprar o vender al precio que guste, pero si la bandada gira hacia arriba, él tendrá que subir con ella, pues de otra forma irá a contracorriente y, o cae él o caerán otros. Separar los primitivos instintos de la moderna obligación, o encontrar las necesarias sinergias entre ambos, será necesario para esta futura empresa evolutiva.
—Cierto es, hermano De Vitoria.
Manuel S. Martín
Fuenlabrada (Madrid)
(XVI Antología)
Me pregunto si los hervideros de almas que pululan por las Españas serían capaces de dirigirse todos en pos de un mismo futuro, un camino tan posible como desconcertado por el azote del abundamiento actual.
—Cierto, fray Martín, las aves, aun siendo las criaturas más cercanas al hogar del Señor, no razonan y, sin embargo, respetan su espacio y la vida de sus iguales, y ahí es donde el humano falla, pues claro está que a nuestros semejantes de las Indias, cristianos o no, pecadores o no, les negamos su naturaleza, su propiedad y hasta su libertad. Y toda criatura tiene un derecho natural que le otorga solo nacer. Puede decidir donde vivir, y comprar o vender al precio que guste, pero si la bandada gira hacia arriba, él tendrá que subir con ella, pues de otra forma irá a contracorriente y, o cae él o caerán otros. Separar los primitivos instintos de la moderna obligación, o encontrar las necesarias sinergias entre ambos, será necesario para esta futura empresa evolutiva.
—Cierto es, hermano De Vitoria.
Fuenlabrada (Madrid)
(XVI Antología)
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