«…
La modernidad no llegó sola; se tuvo que trabajar, partiendo de que el
conocimiento es lo primero, venga de donde venga. Sin prejuicios. En la Cátedra
de Retórica de la Universidad de Alcalá bien lo saben. Su hija fue la que lo
sustituyó; ninguno de sus tres hijos varones lo hizo. Se abrieron las puertas
de las mujeres al mundo de la docencia universitaria. De la misma manera que él
siempre supo y defendió que el trabajo del escritor tenía que ser reconocido y
no le tembló el pulso al reclamar derechos de autor para sus obras…» (pág. 178,
Raquel Hernández Contreras, «La revolución»).
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