TIERRA MÍA
Hoy he
dejado transcurrir las horas sin ponerles límite, libres del reloj, de las
aperturas y cierres. Me he dejado arrastrar por ellas hasta agotarlas. Sé que
estás en mi marco de tiempo presente, pero la imagen de tu huella es demasiado
bella para pensarla en el futuro. Dejaré, pues, que el tiempo sea mi dueño y
jugaré con tu sonrisa distante para que mi memoria, torpe, no olvide que es mi
propia imagen la que la provoca.
Hoy el
tiempo está hermoso, mi amor. Solo porque me ha llegado la nube que lleva
escrito tu nombre, desde el otro lado del Atlántico, donde quedaron mis
posesiones de vida y alma. Y ahora ya no sé cómo recomenzar a «facer Españas»
en la madre patria, que acogió mi desnudez, desde la nada y sin fuerzas, porque
se me quedaron todas en el Guaire, entre las aguas de cloaca y quedé enredada
en mi desazón.
Por lo
demás, el cielo está gris y los pájaros han comenzado a abandonar mi ventana.
Hace un poco frío.
Siento
tu olor a tierra húmeda. No está rancio aunque sea antiguo, y revive y
despierta la rabia en mi cuerpo. Por eso me gusta pensar que es mi perfume.
No, no necesito tenerte para poseerte, pues conservo un
placer más allá de la memoria, de infinito éxtasis porque no hay orgasmo, como
un dolor que no conduce a la muerte, aunque aquí ya esté casi muerta, pues todo
lo perdí, sin que mediase una guerra, solo un puñado de asaltadores que no
puedo evitar acarrear a mi espalda dondequiera que voy. Y es mucho el peso.
Asunción Rodríguez
Sobrino
MADRID
(IX Antología)
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