A LA RECACHA
En los fríos días
de invierno remoloneaba sentado a la recacha. Mis ojos, nerviosos gorriones,
vagaban entre las adormecidas cepas mutiladas por las hirientes tijeras del poaor y soñaba con
verdes pámpanos arropando prietos racimos. El tímido sol besaba mis mejillas
como un aleteo de golondrinas nerviosas que intuían la primavera. Por las
vastas praderas de la fantasía volaban bandadas de sueños que batían las
ilusiones infantiles. Desde allí mirando el ondulante horizonte moteado de
pardas cepas y el blanquiverde ceniza de los olivos, subía la cuesta camino
hacia ninguna parte. Mis labios pintaban un aturdido interrogante. ¿Qué habrá
más allá? Una confusa oscuridad agitaba mi inmaduro rostro.
Allí era todo lo
feliz que un chiquillo puede ser a esa edad llena de cándidos deseos y ahíto de
cariño. «Abuelo, a la noche me escaparé en la luz de los coches que rasgan la
oscuridad». «¿A dónde irás, Pepillo?». «No lo sé abuelo». «¿Vendrás conmigo?».
«Ya soy viejo, chiquillo. Vete, aguardo tu regreso», me dijo papá José. Una vez
más cumplió su palabra.
Cuando la muerte anunció su visita le pidió esperar a que
volviera Pepillo. La parca Átropos demoró su partida sentada al borde de la
cama. Solo un hondo ronquido avisó la marcha. No lloré.
Su recuerdo, presencia constante, me protege de las
sombras nocturnas y de los lánguidos lagartos ocultos en los bardales de mi
imaginación. Acurrucado en su memoria me siento a salvo del rojizo orín del
olvido. El calor de su mano acompaña mi peregrinar por la existencia. He
colmado sus deseos, he llegado lejos cumpliendo su empeño de aprender a leer y
escribir. Chafar su analfabeta esperanza y frustrar la fe puesta en mí era una
traición. ¡Gracias
abuelo!, me has ayudado a «facer Españas».
José Cantillo
Carmona
Catedrático de
Filosofía jubilado
VALENCIA
(X Antología)
No hay comentarios:
Publicar un comentario