INMIGRACIÓN
España, 1968. Pelo pincho, con doce
años, mi compañero de pupitre en aquel disciplinario colegio salesiano: era un
inmigrante indígena de la Amazonia peruana que, por aquel entonces, recaló en
Elche con su padre, un zapatero artesano que encontró en la floreciente
industria del calzado en la zona el modo de subsistir. No obstante, cada fin de
mes, Pelo pincho lo pasaba mal. Don Antonio, el cura ecónomo del centro, tenía
por norma recorrer las aulas, lista de morosos del recibo escolar en mano,
denunciando públicamente ante sus compañeros a los retrasados en el pago. «¡Otra
vez tú, Pelo pincho! ¡Otra vez tú…!», le reprochó. Pelo pincho asentía con
indiferente resignación, como habían hecho siempre los indígenas. Pero no se avergonzaba de ser quien era. No se
sentía culpable de lo que, para bien o para mal, habían hecho de él los conquistadores.
Despertar a sangre y fuego a la gente de sus sueños tiene sus riesgos. El
sentido inverso de las carabelas, a quinientos años del «descubrimiento», no
estaba previsto en las Leyes de Indias.
Pelo pincho no hubiera ido nunca a un
colegio tan caro y elitista de no ser porque su madre, poco antes de morir,
hizo jurar a su padre sobre la Biblia que llevaría al niño al mejor colegio de
la ciudad. «¿De qué habrían servido si no los denodados esfuerzos de “san
Bartolomé de las Casas” por los derechos de los indígenas?», argumentaba
aquella mujer amazónica. Estaba convencida de que la cultura, de la índole que
fuera, era la única llave maestra que abría de par en par todas las puertas de
la vida.
Seudónimo: Tremolán
Natural de Elche (Alicante)
De formación cultural autodidacta
Albañil, chapador, recién jubilado
Escritor tardío, en tiempo libre, puramente vocacional
(XVI Antología)
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