«…“Y soñé que todos los pueblos de Hispania
florecían bajo la corona de dos grandes reyes unidos en católico matrimonio. Y
ni astures ni cántabros ni vascones ni judíos ni bizantinos alzaban sus armas
contra ellos, pues todos se decían hispánicos y a ellos rendían tributo. Y esos
reyes hallaron un nuevo mundo, bendecido con abundancia en oro y piedras
preciosas. Fértil, pródigo en bosques, pastos y animales de toda especie. Y
hasta las gentes que allí habitaban llevaron la fe en Dios. Y nuevos reyes
dieron en extender la gloria de la mater Hispania por nuevas tierras. Y a tal
punto creció la grandeza del reino que de oriente a occidente no había príncipe
que no alabara sus virtudes y no envidiara sus dones”…» (pág. 174, Ricardo Cano
García, «Addendum»).
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