lunes, 28 de febrero de 2022

LA TUMBA

 



LA TUMBA


 
Acechados por el ejército y sin ningún apoyo del rectorado, buscamos un lugar, quisiera decir que el más propicio o el más solemne, pero no. Buscamos, en verdad, cualquier punto en el campus donde darle entierro. Quisiera contarles también que fue una dedicada ceremonia. Pero sería mendaz. Había odio, bronca, tristeza y, por sobre otras emociones y sentimientos, había mucho miedo. El cuerpo de Gregorio Yujá Xoná quedó en algún sitio sin tumba, sin nombres, vejado por las fuerzas del «orden» de Guatemala, acostumbradas a asesinar en la selva y en los montes. Y entonces también en la ciudad, a ojos del mundo, en la Embajada de España que, debido a las bellas paradojas con las que la historia nos lleva y nos trae a los hispanoamericanos, recibía las múltiples denuncias que en contra del Gobierno hacíamos estudiantes, campesinos, obreros e indígenas. Sacerdotes españoles, con paciencia de artesano, recolectaban y traducían los testimonios de las comunidades.
La embajada fue quemada con fuego de sangre y despotismo. Era el 31 de enero de 1980. Calcinaron allí a treinta y siete y no les bastó. Entonces fueron a buscarlo a Gregorio al hospital, por milagro había quedado vivo. Y terminaron su tarea con un tiro en la línea del sombrero de palma. Como mensaje indeleble hacia los universitarios comprometidos, lanzaron luego el cuerpo en la Universidad de San Carlos. Darle sepultura allí mismo, mientras asesinaban a otros jóvenes en el velatorio de los masacrados, fue el acto más valiente y humano del que participé. Todavía siento, prendido en mi nariz, como recuerdo puro, el olor a resina de copal y a xpujuc. Y oigo el susurro acongojado de una plegaria en k'iche'. Lo extraño es que no hubo flores ni ritos ni palabras.


Cintia M.
(
XV Antología)
 
 
 

jueves, 24 de febrero de 2022

«RE-VIVENCIAS»: ESPERA

 



ESPERA

 

La espera es algo que nos separa en el tiempo
de una posible realidad que nos afecta.
 
No hay espera cuando el tiempo no tiene valor para nosotros.
 
Se espera unas veces con impaciencia, otras con ilusión,
otras con angustia, con ansiedad.
 
Siempre esperamos algo o alguien. Y esto nos produce excitación nerviosa.
 
Cuando el hombre es sereno y en su ánimo no hay miedo,
la espera no es más que un puro lapso de tiempo.
 
Lo desconocido es lo que da sentido trágico a la espera.
 
El hombre vive de esperanza, es decir, de esperas preñadas de buenos augurios.
 
Esperanza. Palabra agridulce del que cree poder ver realizados sus anhelos.
 
Saber esperar es situar en el tiempo la realización de nuestros proyectos,
sin por ello abandonarlos.
 
No hay espera cuando se carece de objetivos.
 
No esperar nada de nadie es un triste punto de partida para ser feliz.
 
Hay esperas tan cargadas de pasión que más bien se convierten en exigencias.
 
La espera respeta la libertad, la exigencia no.
 
Esperar es preparar o gestar el futuro, contando con Dios.

  

(Fernando Orlando, 1967)

 


ASÍ ESCRIBEN NUESTROS AUTORES

 




«… la Universidad San Antonio Abad, fundada por los españoles hacía casi dos siglos. Hasta la fecha, esa institución había acogido a hijos de peninsulares, indios y criollos de buena familia. Pero lo suyo era diferente. Si estaba allí, era por un permiso especial que le habían concedido en aquel 1875, cuando rozaba los treinta años de edad. Al entrar, se sumergió en un océano de murmullos y miradas reprobatorias. Solo entonces se percató de que aquello no le infundía temor, sino que le daba más fuerza…» (pág. 18, Cèlia Roca Martín, «Sin miedo»).

 


miércoles, 23 de febrero de 2022

ANTOLOGÍA 2021: TODOS SERÁN SUS HIJOS

 



TODOS SERÁN SUS HIJOS


El día que lo nombraron rector de la Universidad de Chile, en Santiago, don Andrés Bello sintió que había llegado, alcanzado su meta, aquel estadio ideal donde la utilidad pública y la tranquilidad personal se concertaban.

Desde la acomodada vida en Caracas y sus brillantes estudios en la universidad, desde su vinculación personal y política con la causa sabía que se enfrentaba a un largo viaje. Le tocó transitar el agobiante mareo de los barcos y la geografía: exilio, reveses, trabajos inseguros, miserias, servidumbres, mudanzas… Al fin, un trabajo gratificante, estable y bien remunerado. Y una casa en la calle de la Catedral.

Imaginó una universidad nueva, reflejo de su hispanoamericanismo y espejo de una época. Atrás quedaba la de Santo Tomás de las órdenes religiosas en el siglo xvi y la de San Francisco Javier en que los jesuitas formaron misioneros. Atrás quedaba la Universidad de San Felipe, del primer Borbón, destinada a mantener los privilegios de cuna, la preeminencia de los criollos y la capacidad administrativa de los cabildos.

Su universidad, así la sentía don Andrés, sería el alma de la república en la culminación de la independencia: liberada la tierra del yugo de la metrópoli por la fuerza de las armas, quedaba liberar las mentes de los hombres de las obsoletas cadenas de la sangre, la raza o cualquier otra condición que levantara barreras.

Como el Cristo de Caracas ya le había profetizado («Pagarás... con la muerte de los que engendres...»), la dolorosa tarea de enterrar a muchos de sus hijos lo afligía como una corona de espinas en torno al corazón. Ahora sería recompensado con millares de alumnos que de algún modo serían, si no hijos, sí los herederos de su memoria.

 

José A. Gago Martín

Nacido en un pueblo de Zamora, trabaja actualmente en Segovia

Tras décadas de silencio, circunstancias personales lo empujaron a continuar con la escritura y fruto de ese trabajo ha obtenido algunos reconocimientos en relato, poesía y microrrelato

(XV Antología)

 

 

 


martes, 22 de febrero de 2022

PREMIO OROLA DE VIVENCIAS 2022

 


ASÍ ESCRIBEN NUESTROS AUTORES

 




«…  Menguados son los dineros concedidos por el virreinato, pero no se puede escatimar en solemnidades como esta, a la que acudirá lo más granado de la ciudad. Muchos años viene trabajando en su puesto vitalicio y a muchos rectores, maestrescuelas y bachilleres ha visto pasar, pero le queda el orgullo de, entre todos, haber levantado en las Indias, para engrandecimiento del reino y difusión de la sabiduría, una universidad que en poco se diferencia de la salmantina en la que estudió tanto tiempo atrás…» (pág. 16, Miguel Ángel R. H., «Colación»).


lunes, 21 de febrero de 2022

ANTOLOGÍA 2021: HABETE RATIONEM TEMPORIS

 



HABETE RATIONEM TEMPORIS
 
¡Tierras de ultramares descubiertas! ¡Tierras coloniales!
Allá, en Indias, los conquistadores hallaron muy diferentes culturas,
idolatrías, politeísmo, conocimiento de las plantas medicinales,
idiomas que los oídos de los colonizadores no comprendían,
jeroglíficos que para los españoles eran indescifrables,
pájaros exóticos de vivos plumajes, loros ininteligibles
y excelentes ambrosías…
   Un puzle a completar
     cautelosamente
      y con cordura.
Todas las piezas eran necesarias,
había que encajarlas sin premura
para lograr el lienzo de la Nueva España conquistada.
 
Una jerarquía se impuso en los saberes:
primero, sembrar la semilla evangelizadora
de la que pudiera germinar un hogar cristiano.
Segundo, aprender a leer, contar, escribir en castellano,
y, poco a poco, como hila la vieja el copo,
ampliar el saber, con enseñanzas más meritorias,
como nociones gramaticales, algunas leyes de la aritmética,
las Sagradas Escrituras para proveerlos de buena ética
y crear el germen de las futuras universidades.
 
Virreyes, artistas, maestros, misioneros, guerreros
florecieron, cual almendros primaverales, todos a una,
«pan de flores» para cristianizar e hispanizar las Indias.
¿Quién no ensalza al educador príncipe de Esquilache?
¿Quién no a Amarilis, indiana que amó la pluma de Lope de Vega?
¿Quién no al rector laico, don Pedro Fernández de Valenzuela?
Por reales cédulas, surgieron con el tiempo dos universidades:
Lima y México, con idénticos privilegios que las españolas
de Alcalá de Henares y Salamanca. No las dejaron solas.
Se inició en la visión antropocéntrica de la vida
y se avanzó en los conocimientos de forma comedida.
 
Bajo el lema «Habete rationem temporis», la cultura se extendió
a las
  a
  l
  e
   j
   a
   d
   a
   s
 
Indias.
 
 
Isabel García Viñao
Nació en Aratorés, un pueblo pequeño en el Pirineo (Huesca)
Estudió Magisterio, especialidad en Ciencias
(XV Antología)
 
 
 
 

viernes, 18 de febrero de 2022

ANTOLOGÍA 2021: SIN MIEDO

 


SIN MIEDO

 

Cada vez le costaba más avanzar. La canícula aplastaba el cercano valle de Urubamba y un viento inmisericorde pugnaba por arrancarle el sombrero de paño, discretamente adornado con mostacillas. Decidió detenerse para recuperar el aliento. Aquel petate preñado de libros empezaba a pesarle casi tanto como las dudas. Su ropa olía a miedo y la angustia rielaba en sus pupilas como un estandarte raído a merced de la tormenta. ¿Sería capaz? Al levantar la vista, los ojos se le inundaron de un rebaño de nubes cabalgando el cielo, del verde feraz que vestía los campos amaniguados, de la calma tensa que danzaba en el aire y le arañaba la boca del estómago. Aun así, retomó la marcha.

Ya se adivinaba la grisura de Cuzco y su centro histórico. En él señoreaban sus dieciocho cuadras coloniales, veladas por la plaza de Armas y próximas a la Universidad San Antonio Abad, fundada por los españoles hacía casi dos siglos. Hasta la fecha, esa institución había acogido a hijos de peninsulares, indios y criollos de buena familia. Pero lo suyo era diferente. Si estaba allí, era por un permiso especial que le habían concedido en aquel 1875, cuando rozaba los treinta años de edad. Al entrar, se sumergió en un océano de murmullos y miradas reprobatorias. Solo entonces se percató de que aquello no le infundía temor, sino que le daba más fuerza.

Entró en el aula, se sentó y sonrió. Lo había logrado. Ella: Trinidad María Enríquez, la primera mujer que cursaría estudios de Derecho en Sudamérica.

 

Cèlia Roca Martín

Nacida en Barcelona en 1980

Licenciada en Periodismo, Humanidades y Asia Oriental. Máster en cultura asiática y marketing digital

Página web: www.celiarocamartin.com

(XV Antología)